sábado, 26 de julio de 2008

Con Daniel Samper Ospina y Sergio Andrés Bonilla, en Bogotá, 2008


El juego del control político

Betuel Bonilla Rojas
Ayer presencié uno de los espectáculos más divertidos de mi vida. Un diputado, Aurelio Navarro, jugaba a parecer serio y a hacer oposición por el simple disfrute de ser incómodo. Ni él mismo se creía eso de que los datos los había sacado de la nada, que se debían a su perfil de diputado sabueso. Eran cifras que de tan alarmantes parecían una más de las burlas e impunidades de la política. Es un chiste eso del control político, esos cubículos que simulan albergar niños aplicados. Creo que no le interesaba que se supieran verdades, sino que el pájaro sintiera un disparo de cauchera y le dejara caer un granito de arroz. Del otro lado, con chistes de pésimo buen humor, un diputado más pequeñito, conservador él, defendía a grito limpio cosas que se caían de su peso. Se notaba su esfuerzo por parecer legible e inteligente. Tenía un sonsonete de vendedor de chontaduros. En medio los otros diputados, con una incontinencia tan grave que los hacía ir al baño cada rato. Parecían compungidos con las cifras y todos juraban defender el honor de la Asamblea, el dinero de los contribuyentes. Y en medio de la furrusca irrumpía el grito de un sujeto al que llamaban Candonga, de bigotito cantinflesco y voz llorona. Decía sólo pendejadas pero todos los asistentes se reían, de tan aburridos que estaban. Hubo voces con el Presidente de la Asamblea y ganó la buena educación, la supuesta cordura. No sé en qué paró el asunto. Entendí que allí, entre risas y bravuras teatrales, el pueblo se reía, y después lloraba.

Con Juan José Millás, en Cartagena, 2007


martes, 15 de julio de 2008

Identidad y nacionalismo

Betuel Bonilla Rojas
Oír hablar de identidad, neivanidad y huilensidad me produce escozor. De ahí al nacionalismo queda muy poco, un paso para pensar como Hitler. Eso está bien para que profesores de la Usco, que estudiaron en Europa y no se graduaron, o que consiguen mujer en la universidad pública anualmente, distraigan la atención de sus procesos disciplinarios y penales, o para periodistas que con dichas categorías caprichosas jalonan contratos y opinan en La Nación si no se los dan, o para diputados que hablan del tema como presión para buscar cuotas políticas, o para líderes femeninas que disertan con orgullo de La Gaitana y se ponen lentes de contacto azules para parecer foráneas. Si algo nos caracteriza es ser mestizos, ser la mezcla de la mezcla, ser étnica y culturalmente impuros, variados, y esa es nuestra riqueza. Lo otro, la defensa del folclor huilense, que no es tan huilense, o del tamal, que no es huilense, o de la lechona, que tampoco es huilense, o del Mohán, que es de todo el río Magdalena, es puro patriotismo barato, es turismo de medio pelo, es ganas de fomentar un nacionalismo torpe y peligroso. Creo que es más pertinente culturalmente saber qué se va a hacer con el dinero de la estampilla procultura, o para dónde van en realidad nuestras fiestas, o hasta cuándo vamos a permitir que los alcaldes experimenten con nuestra ciudad y nuestros impuestos. Eso sí vale la pena.

jueves, 10 de julio de 2008

Taller con el Banco de la República al Colegio Departamental


Manipilación y censura

Betuel Bonilla Rojas
En alguna ocasión el intelectual peruano Manuel González Prada se refirió al pacto infame de hablar a media voz. Y esto, vuelto sospechosa realidad ideológica, es lo que hacen nuestros periódicos locales. Primero nos dicen que nuestras columnas de opinión exceden el formato, el número de palabras, y las cortan. Luego son más agresivos y suprimen párrafos enteros, ésos que no les convienen a los intereses económicos de gamonales y políticos, sus amigos. Luego terminan por decirle al columnista, con muy buena educación, que hubo reestructuración y que sus columnas ya no van más. Les da miedo sostenerle que prefieren que hable de pajaritos de colores, o de gusanos de seda. Por eufemismo o por hipérbole nos ocultan o enfatizan información nuestros medios. Y eso es manipulación, es silenciar la crítica, es aplicarle censura a un espacio de por sí politizado. Eso hizo La Nación cuando se cuestionó el pasado poco grato de Géchem, o la ineficiencia de una funcionaria del gabinete municipal. Me silenciaron, prefirieron seguir diciéndoles mentiras a sus lectores.

Nóminas paralelas

Betuel Bonilla Rojas

El Sanpedro, entre sanjuaneros, ponchos y asado, trae muchas cosas consigo: algunas, buenas; otras, la mayoría, no tan buenas. Y de estas últimas las peores son las llamadas oficinas del Festival, tanto las del orden municipal como las del departamental. Al menos treinta personas integran esta nómina paralela de figurines que saltan a la escena pública desde mayo y se vuelven a esconder en julio, luego del fragor del carnaval y de haber cobrado unos buenos pesos por viajar a toda hora sin hacer gestión alguna. Para nadie es un secreto que estas oficinas conforman la más clara muestra de clientelismo, de pago de favores electorales y de cuota de los distintos partidos que reparten dádivas por doquier a quienes invirtieron en las campañas. De esta manera las oficinas del Festival alojan apellidos que son comunes desde las pancartas electoreras. Y esto no sería tan reprochable si tales personajes gestionaran con la empresa privada para que los gastos del carnaval no fueran asumidos sólo por los entes oficiales. Bastante se beneficia el sector privado como para que le saquen el cuerpo a los compromisos. No importa cuántos ni quiénes sean los de esa nómina, pero que gestionen, que se ganen bien ganada la platica.

martes, 8 de julio de 2008

Jóvenes, a dormir temprano

Betuel Bonilla Rojas

Si un hijo mío anda en la calle, no importa la hora, es responsabilidad de él y de quienes estamos a su cargo. Si el muchacho es lo que llamamos juicioso, sabemos que sin fijarnos en la hora estará haciendo lo socialmente correcto, que no estará lesionando a nadie, en especial a él mismo. Por eso son nuestros hijos y confiamos en ellos. Si, por el contrario, es un hijo calavera, de ésos que desbordan nuestro control, poco o nada podemos hacer si queremos amarrarlo a la pata de la cama. Quizás sólo el diálogo familiar y un especial cariño logren rescatarlo, y eso es un asunto íntimo. Por eso me parece injusto, arbitrario y abusivo que un gobierno, cualquiera que éste sea, se arrogue el derecho de determinar a qué hora deben ir a dormir los jóvenes, que los obliguen a refugiarse en sus casas como si eso garantizara una mejor persona, una mejor ciudad y un mejor gobierno. Cuando un gobernante no tiene nada inteligente qué hacer se dedica a copiar decretos y normas sin siquiera analizarlos. Esto, apoyado en las fuerzas del orden, que para reprimir son expertas. El toque de queda a menores de edad es un claro ejemplo de un fascismo sin conocimiento de causa. Si de verdad quieren ayudar a los jóvenes provéanlos de espacios, pongan a funcionar las casas de la cultura y los escenarios deportivos, hagan nuevos sitios en los que los jóvenes puedan saciar toda su energía. Los que deben acostarse temprano son los abuelitos, y los gobernantes que no pueden con sus culpas.

Recital del Taller José Eustasio Rivera, Festicrearte, Junio de 2008


¿Cultura popular o populismo?

Betuel Bonilla Rojas


Antropólogos, sociólogos y estudiosos de la cultura nos hicieron un mal favor, nos convirtieron todos los actos humanos, los sublimes y los más aberrantes, en una cosa amorfa llamada cultura. Y quienes están en el gobierno cogen estas ideas como caballito de batalla para no tener que pensar, para ni siquiera tener que preguntarse qué es, en serio, cultura. Claro, eso de firmar contratos quita mucho tiempo, y más si es en la Alcaldía. “Pan y circo”, ha pedido desde siempre el pueblo. Y eso son los tales “encuentros culturales” de la Dirección de Cultura Municipal. Ahora resulta que cuatro zanqueros pintados de cualquier manera son una réplica del teatro clásico griego, o que un borracho eructando frente a varios comensales es un digno ejemplo de glamour, o simplemente es otro tipo de cultura. Y eso los medios impresos lo celebran como diversidad en página central. Una directora cultural reúne a cuatro muchachitas con cara de recién levantadas, les pone pañoletas, las viste de colores, les toma una foto que aparece en los medios y ha quedado listo el circo. Luego les da algo de pan y la faena ha salido redonda. El alcalde la felicita y el pueblo queda contento, listo para otro espectáculo de poca monta. Si eso es cultura, yo prefiero seguir siendo inculto.

Bendiciones a la infamia

Betuel Bonilla Rojas

Que va a estar muy bonita la inauguración de la Plaza de Toros en el campestre, oí decir a una mujer que quería ser rubia y joven a las malas. Que en el colmo de la dicha irá el obispo, le oí agregar. Entonces pensé en todas las brutalidades que eso trae consigo. Pensé que la cultura taurina aquí en el Huila llega a tal nivel, con tanto levantado tirándoselas de madrileño o de capitalino, que los asistentes a duras penas podrían diferenciar entre un novillo y un marrano. Pensé también en un sujeto, vestido de travesti, jugando a ser hombre porque domina con espada un toro indefenso. Pero también pensé que curas y obispos se prestan para todo, para bendecir las balas y para echarle agua bendita a un sitio en el que se sacrifican unos pobres animalitos, para que otros animales, que se dicen racionales, saquen a relucir sus vanidades y se emborrachen sin entender por qué a eso lo llaman arte. Es decir que estos nobles curitas, en lugar de estar cantándole a la vida o ayudándole a los necesitados, se levantan la bata y se solazan con un espectáculo que no debe llamarse la fiesta brava, sino la infamia bendecida. Comparto plenamente lo que dice Daniel Samper Ospina, que si el toreo es un arte, el canibalismo es gastronomía.

¿Y la opinión pública?

Betuel Bonilla Rojas

El periodismo sin opinión pública y sin investigación es mero simulacro, ejercicio de llenar muchas páginas sin sustancia. Le quedan entonces dos caminos: o el cubrimiento como gran noticia de cuanto certamen de medio pelo hay, tipo reinado de la guayaba, o de la mazamorra, o, lo más grave, lanzar loas permanentes a los gobernantes de turno. Y esto es lo que viene ocurriendo con los dos principales periódicos huilenses. Quedaron en manos, qué peligro, de un solo dueño. Es decir que quien atente contra los políticos que pagan pautas y adjudican contratos es anulado. Es decir que sólo están permitidas las opiniones generales, las que hablan de la constelación de Andrómeda, o de los teóricos de la cultura. O aquellas que aplauden las picardías de políticos y gamonales. O, a lo sumo, cuando de hacer gavilla se trata, de ésas opiniones coyunturales en las que los periodistas, cansados de no obtener contratos de algún funcionario, se unen para afectarle la imagen a porrazos. Y esto, reitero, es muy peligroso. Como lectores no nos queda más recurso que la opinión sesgada, o esa otra que mira sólo hacia el propio ombligo. Y la verdadera opinión, la que escarba en los aberrantes casos que tanto se dan en Neiva y el Huila, desaparece, de la misma manera mágica en que desaparecen los dineros públicos.

¿De quién son los indigentes?

Betuel Bonilla Rojas

Hace rato me vengo preguntando de quién es la responsabilidad de tanto indigente deambulando por las calles de Neiva, destapando basuras, regándolas y poniendo en aprietos la seguridad de los transeúntes. En un primer caso, los indigentes proliferan porque los indicadores de droga en el Huila son tan graves, que muchos consumidores se desadaptan y dejan de ser un problema sólo para ellos y se convierten en un problema para la sociedad. En este caso los responsables son las autoridades departamentales y municipales, que ni hacen campañas preventivas, ni sellan de una vez por todas las ollas de expendio, que todos sabemos en dónde quedan. En un segundo caso, todos lo murmuran pero nadie lo afirma, el número es grande porque muchos indigentes llegan, o son traídos de otras partes. Se vuelven huilenses porque aquí les dan comida, peluqueada y algunas moneditas para que reabastezcan sus provisiones de droga. Muchos de ellos afirman que Neiva es el paraíso para dar rienda suelta a sus delirios. En este segundo caso, también las mismas autoridades son responsables por hacerse los de la vista gorda ante este tráfico de seres humanos entre ciudades. Uno quisiera tener gobernantes que salgan a la calle y se den cuenta de lo que le ocurre a los ciudadanos, a su ciudad, a sus calles, a quienes votaron por ellos. Pero no, casi siempre, tan mal como hablan piensan, y actúan.