domingo, 23 de noviembre de 2008

Queda prohibido recordar

Betuel Bonilla Rojas
Minicuento ganador en la XVII versión del Concurso Departamental de Minicuento "Rodrigo Díaz Castañeda, Palermo, Huila, noviembre de 2008

El rey proclama que queda terminantemente prohibido recordar, que la historia del reino comienza hoy.
Al día siguiente todos empezaron a llamarse de otra manera porque olvidaron de repente los verdaderos nombres. Algunos se proclamaron marqueses o duques porque habían confundido sus orígenes. Se volvió usual ver a personas harapientas entrando a lujosos palacios con el pretexto de que no se acordaban bajo qué puente dormían. Era inútil intentar sacarlos porque todos se acogían al mandato del rey. Y éste, ante las quejas, se encogía de hombros. Luego, a todas las mujeres se les ocurrió la idea de tomar a otros hijos como propios. Decían no recordar cuáles eran los suyos y así, a la mulata de manos callosas, era frecuente verla con un niño de rizos rubios y ojos azules a sus espaldas. Madres adoloridas estiraban en vano los brazos y caían entre sollozos en las calles para morir pisoteadas por los caballos en desbandada que ahora eran galopados por sus nuevos amos. Más grave aun era ver a hombres de ojos desorbitados corriendo detrás de doncellas de cabellos perfumados con el pretexto de haber creído que eran de tiempo atrás sus amadas. Y el rey, a todo esto, se encogía de hombros. Le gustaba contemplar desde el balcón su obra, ese reino que desde su ascenso al trono era otro.
Una mañana, repentinamente, todos olvidaron quién era el rey, treparon por las enredaderas de los balcones, lo despojaron de sus prendas reales y lo lanzaron al vacío para verlo morir de bruces sobre la calle.
Ese mismo día, todos empezaron a recordar.

Betuel Bonilla Rojas en taller con niños en el Chocó

Quibdó, noviembre 20 de 2008

lunes, 3 de noviembre de 2008

Siluetas

Betuel Bonilla Rojas
Esta mañana no se sintió lo que se dice bien. Por eso tomó el pincel sin emoción y trazó líneas sin querer llegar a ninguna parte. Pronto el pincel fue dándole vida a una sombra felina, ni muy pequeña para semejar un gato ni muy grande para llegar a convertirse en una fiera. Pero su desánimo aún no concluía y sintió que podía ubicar otras cosas junto a la silueta, para pasar el rato. Así, de la nada apareció algo como otro animal, más pequeño. También éste fue una simple sombra. Pero pronto, ante su estupor, la sombra grande volteó lo que parecía el hocico y se tragó la sombra pequeña. Como creyó que era insólito lo que ocurría en el lienzo dibujó otra sombra, de un animal distinto, al lado opuesto de donde pusiera el primero. Sin mucho esfuerzo la silueta grande giró hacia el otro lado y engulló aquello que simulaba el contorno de una ardilla. Esta vez no se distrajo y no perdió detalle de la faena. Hasta podría asegurar que oyó el chasquido, el sonido de los huesos que crujían. Delineó después un conejo que corrió igual suerte. Luego fue una serpiente la que sucumbió ante la voracidad del animal. Así, una tras otra, la fiera dio cuenta de cientos de siluetas, todas de una dentellada. Pero aún seguía sin que aquella pequeña distracción lograra entusiasmarlo.
Acaba de trazar una silueta igual a la primera, con los mismos contornos, con el mismo aspecto difuso de un animal doméstico que tiene fauces de fiera. Ahora está recostado en la cama y se divierte con la lucha que tiene lugar en el cuadro, con los gruñidos que brotan del lienzo, con la sangre que empieza a borrar los contornos. Ya está pensando en que la silueta de un hombre puede llegar a ser más divertida, que la lucha podría durar un poco más.

Betuel Bonilla Rojas y Ana María Shua


Primer Encuentro Nacional de Minicuento "Luis Vidales". Universidad Nacional de Colombia. Octubre 30 y 31 de 2008