martes, 17 de marzo de 2009

En el Hay Festival, 2009

Cristian Valencia, Betuel Bonilla y Manuel Iván Urbina, Cartagena, enero de 2009

El Quimbo y su ruina

Betuel Bonilla Rojas
No puedo hablar técnicamente del mal negocio que puede ser El quimbo. Tengo sólo intuiciones, presagios de que va a convertirse en mayor riqueza para quienes ya son ricos y pobreza inminente para quienes sólo aspiran a vivir tranquilos en sus tierras. Casi siempre este tipo de proyectos, que se ofrecen con espíritu altruista, terminan siendo arrasadoras empresas que destruyen todo a su paso. Si Betania se presentó como la oportunidad turística para varios pueblos, creo que esta prosperidad nunca llegó. Hoy en día Hobo me parece un pueblo más triste que antes de la represa, más pobre, con menos oportunidades. Yaguará se las arregla como puede, pero tampoco es que nade en dólares. Intuyo, repito, que algo igual puede ocurrir con los municipios afectados por El quimbo. Morirán muchas especies de animales, seguramente muchas plantas endémicas, y esto sólo por la inmensa ambición de los humanos. Querámoslo o no, después de dicho embalse, si se autoriza, nada volverá a ser como antes. De esas cifras monstruosas que se muestran como indicadores de ganancia muy pocos centavos serán para quienes cedan sus tierras. No lo puedo asegurar pero intuyo, como una especie de mal sueño, que el tal Quimbo sólo traerá más ruina para el Huila.

En el Hay Festival, 2009

Betuel Bonilla y el escritor argentino Pablo Ramos, Cartagena, enero de 2009

El terror se toma a Neiva

Betuel Bonilla Rojas
Da miedo salir a la calle en Neiva. Aquél me dice que le pegaron un disparo cerca de la plaza de mercado, en el barrio Arismendi, para que entregara los únicos veinte mil pesos que llevaba. Este otro iba con una buena suma para pagarle a sus empleados, cerca del hospital, fue víctima del fleteo, se resistió y recibió también su ración de disparos. A la niña de enfrente la arrojaron al piso para arrancarle su celular, que todavía no había acabado de pagar, frente a Los comuneros. Un amigo, contento con su computador portátil, fue encañonado frente a su casa, en Cándido, y debió despojarse de su juguetito para no perder la vida. Así, uno tras otro, los neivanos vivimos entre el miedo de salir a las calles y la obligación de tener que hacerlo para buscar el sustento, o la muerte. Mientras tanto, una bomba estalla allí, la otra un poco más allá, y la otra está lista a estallar. Y todo eso en medio de la prepotencia de la Seguridad Democrática, en medio de mucho dinero para la guerra y poco para la inversión social. Algo debe estar pasando en Neiva cuando hay tanto peligro, tanto indigente merodeando detrás de sus víctimas, tanto loco estallando bombas que no se sabe a quién van a lastimar. Casi hay más uniformados que civiles en Neiva, y el peligro nada que para.