jueves, 23 de diciembre de 2010

Texaco, de Patrick Chamoiseau


Texaco, de Patrick Chamoiseau: Apuntes varios que conforman una gran novela

Por Betuel Bonilla Rojas

Al comienzo de la novela, como en una escena extraída de La guerra del fin del mundo, la magistral obra de Mario Vargas Llosa, un personaje enigmático hace su arribo a Texaco, un lugar del que todavía no tenemos noción. A este personaje, el narrador principal (luego sabremos que es una mujer), lo llama Cristo, y hace surgir varios puntos de vista acerca de su presencia. Excelente inicio. Tenemos el enigma vivito y de repente estamos, como en una suerte de historia universal, en los cuatro tiempos alrededor de los cuales se estructura la armazón narrativa. Tiempos de paja (1823-1902); Tiempos de madera de cajones (1903-1943); Tiempos de fibrocemento (1946-1960); Tiempos de hormigón (1961-1980).
Por supuesto, echado a andar el relato enmarcado de Sophie-Marie Laborieux, a la cual el escritor del epílogo va a llamar la “Informadora”, vamos, como lectores, a estar en sus manos, en sus palabras, en sus trucos hechiceriles de contadora de grandes historias, con minúscula. Y entonces tales palabras, relatadas de forma mágica y delirante a un personaje auto-referencial llamado Patrick Chamoiseau, como el autor de la novela, se convierten en testimonio y conjuro, en revelación e historia no oficial. Pero como la voz de la Informadora proviene del propio Texaco, de una de sus más ilustres hijas (ya para entonces sabemos que es barrio pobre construido sólo a través de sueños, una especie de gueto en el cual conviven las más laboriosas formas de la comunidad y la terquedad humana), el personaje recolector, muy hábilmente, inserta una voz neutra, de archivo, autorizada en materia arquitectónica, y de esta forma logra la perfecta fusión de los mundos que allí se encuentran. También, al final, vamos a tener la confesión de que la segunda voz no puede ser otra que la de un eminente y consecuente urbanista, en la mejor línea crítica de un Henry Lefebvre, por ejemplo. Así, se cumple en esta dirección la sentencia de Walter Benjamin de que la civilización trae consigo la barbarie.
Texaco ha sido fundada por un pueblo que se resiste al vasallaje pusilánime que proviene de las prácticas coloniales. Un pueblo entero se ha alzado contra el poder omnímodo de quienes presiden la ciudad, no la En-ville, porque ésta, afirma la lengua criolla de Martinica, es no sólo una geografía urbana fácilmente localizable, sino un contenido, un proyecto, en este caso el proyecto de vivir.
En ese sentido, cuando leemos Texaco, una bella e iluminadora novela de personaje, lo que leemos, en últimas, es la fundación mítica de un mundo, no mítica a la manera de Macondo, de García Márquez, sino mítica en la manera en que dicha geografía, con coordenadas precisas, en Fort de France, para mayores señas, se preña de la vida de cada uno de sus recientes visitantes, y de tal pulsión, de tal anhelo de vida, se va engendrando, se va moldeando el pueblo, muertos inclusive, como acaso quisieron nuestros aborígenes que se inventara el mundo entero, de la energía de muchos, de todos.
Con una magistral pericia estructural y narrativa, Chamoiseau ha construido, sin duda alguna, una novela total, total en el sentido de la novela que engulle todo lo que está a su alcance, como la coucoune de las mujeres de Martinica, que se nutre de la mejor savia de la historia no oficial ―es decir la oralitura―, de los archivos que provee la civilización, de la crítica urbanista, de la historia lineal y nada moderna de Occidente, de la sabiduría provenzal de los mentós también fundadores, del poder de conjuro de la poesía, frente a la cual se afirma que “la soledad es el tributo que deben pagar en el mundo los poetas cuyos pueblos quedan por nacer”.
Con Texaco se celebra el triunfo de la palabra que funda, que hermana, que actúa como acto celebratorio de la vida; de ahí su tono conciliador del final. Ha triunfado, sin duda alguna, el poder tribal y ancestral de la palabra.

Chamoiseau, Patrick. Texaco. Anagrama. Traducción de Emma Calatayud. Barcelona. 1994: 408 Págs.

martes, 14 de diciembre de 2010

Recital Renata Neiva 2010: Homenaje al minicuento






La fuga, de Betuel Bonilla Rojas

Este cuento obtuvo el segundo lugar del XX Concurso Departamental de Mincuento "Rodrigo Díaz Castañeda", diciembre 2010

La fuga
Después de múltiples ruegos, el gendarme accedió a darle un lápiz con el único requisito de dibujar en el patio y devolverlo en la noche, pues las normas del Penal eran inapelables. En realidad, un lápiz no representaba mayor riesgo para los otros penados ni para el interno mismo. Así, durante muchos meses, el hombre dibujó el Penal, a pequeña escala, y el gendarme no vio en esto otra cosa que una especie de enfermedad, de amor delirante por el encierro, algo muy frecuente entre los que enfrentaban penas mayores. El hombre, en su dibujo, levantó muros, ubicó de forma estratégica las garitas de la guardia y reprodujo, metro a metro, cada pasillo y cada reja del reclusorio. El gendarme vigilaba con una risilla los avances del interno. Al final, como salido de la mano del mejor arquitecto del mundo, el reclusorio estaba listo. El gendarme, asomado por última vez al dibujo, hasta llegó a reconocerse en uno de esos minúsculos hombrecitos que portaban el uniforme azul.
Esa noche, al ir a recoger el lápiz, el gendarme vio el dibujo adentro, solitario, en la celda del hombre. En aquel dibujo, algo que no había visto en la primera ocasión, la puerta mayor permanecía abierta, muy distinta a como sucedía en la realidad. Asombrado, el gendarme buscó por cada uno de los rincones de la celda, cerrada por él mismo minutos antes, pero el condenado ya no estaba.





jueves, 2 de diciembre de 2010

Jineteras, de Amir Valle: Valentía y Estética en una sola voz


Por Betuel Bonilla Rojas

Existen prácticas superiores que ciertos hombres no se resisten a asumir. Una de dichas prácticas es la de la valentía. Y esta valentía, en directa proporción al número de valientes, tiene muchas caras. Una de estas caras es la de la escritura. A lo largo de los siglos, la escritura, hecha de por sí para los audaces, permite que de pronto se la utilice para enderezar entuertos. Lo quiso Cervantes, lo quisieron Voltaire y Rousseau, o José Martí y Ernesto Cardenal, y lo siguen queriendo, pese a lo voluntad de algunos gobiernos, escritores de ahora.
El escritor cubano Amir Valle pertenece sin duda alguna a esta estirpe de hombres decididos, probos y corajudos. Su libro Jineteras es uno de sus grandes testimonios. Escrito desde la sinceridad reservada sólo para los periodistas genuinos, aquellos que creen aún que la verdad es un bien superior, Valle no escatima recurso alguno para investigar ese flagelo agobiante del jineterismo cubano, en sus múltiples, atroces y desgarradoras facetas. Pero como la valentía y la sinceridad no constituyen en sí mismos virtudes estéticas, Valle condensa tal investigación en un libro en el que conviven la fidelidad y la profundidad de las fuentes con la calidad literaria, aún en los casos de más burdo criollismo cubano, ese mismo que el autor palia un tanto mediante eufemismos muy bien elaborados que no soslayan el dolor original.
Valle, que proviene del periodismo y de la literatura, es decir, que pertenece a esa raza de escritores de la que provienen Hemingway, Capote, Mailer, Wolfe o Talese, va desplegando todo su arsenal de documentación mientras la verdad discurre de manera amena y en creciente suspenso. Apelando a las más clásicas formas de la estructura narrativa, Valle ha dividido su libro en capítulos sucesivos que se van alternando entre la anécdota, lacerante y a veces cómica de tan trágica, capítulos a los que llama como “Las Voces”; o la demostración histórica de que el jineterismo en Cuba es casi sui géneris en América Latina, en una serie de capítulos titulados “La isla de las delicias”; o en otra serie de capítulos en los cuales los testimonios, algunos de ellos mediados por la voz del autor, por seguridad de las fuentes y por el tono de las declaraciones, titulados “Evas de noche” y “Los hijos de Sade”; o en aquellos capítulos en los cuales el personaje central, Susimil, va relatando en forma novelesca el destino trágicamente decadente que puede afrontar una jinetera; y en medio, por supuesto, la voz autorizada del periodista que asume la profesión como un acto de fe, aún a costa de su propia seguridad.
Uno puede leer este libro como se pueden leer todos los grandes libros, como quería Montaigne: de múltiples maneras. En cualquiera de ellas siempre saldrá ganando el lector, saldrán ganando sus emociones, la paciencia de quien espera un libro que lo sobresalte. Susimil, cuyo drama es tan real como el de tantos cubanos y tantos habitantes de esta parte del mundo, tiene la corporeidad necesaria para convertirse casi en un arquetipo del tema. Pero su corporeidad, en buena medida dada por su periplo vital nada digno de imitar, lo es también en tanto Valle ha hecho de ella una pequeña heroína de su agobiante raza, la de las jineteras. Entonces todo se vuelve tan real, tan literariamente real, que cerramos los ojos y nos la imaginamos en el panteón en el que acaso estén muchos otros personajes que ejemplifican, cada uno a su manera, el trágico destino de los seres humanos.

Jineteras, de Amir Valle. Planeta. Bogotá. 2006: 324
Págs.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Encuentro de Renata en Tunja, noviembre 4, 5 y 6

Jesús Álvarez (Renata Bucaramanga) y Betuel Bonilla


Betuel Bonilla, Henry Benjumea (Renata Villavicencio) y Jesús Álvarez (Libertad bajo palabra Bucaramanga)


Pere Antoni Pons (escritor catalán), Betuel Bonilla y Manel Dalmau (documentalista catalán)






















Visita al Colegio Güipas y Chavos

Viaje al país de Liliput
Por Betuel Bonilla Rojas

Una de las imágenes más sobrecogedoras de la literatura infantil, por llamar de alguna manera a este invento editorial, es la de Gulliver, sujeto por un coro de liliputienses con delgadas y potentes hebras. Más o menos eso sentí cuando me invitaron a la Feria Cultural y Literaria de la Institución Educativa Güipas y Chavos. Me liga a esta Institución la alegría inmensa de saber que todos los avances afectivos, espirituales e intelectuales de mi hija Gabriela proceden de allí, del rigor, del empeño y de la enjundia de unos directivos y un equipo de docentes altamente cualificados para el noble y difícil arte de educar niños.
Entonces, sin vacilarlo, acepté la solicitud de ir a dialogar. En un país en el que la intolerancia es la comidilla diaria, dialogar siempre nos hará más amigos de los otros. Pero ocurre que el diálogo con niños, como en la metáfora de la moneda que entra al océano, el rumbo de los temas es lo más inesperado. Ya ha ocurrido otras veces. Y allí estaban. Había liliputienses de a de veras, de esos que de tan pequeños parecen invisibles y que hay que buscar bajo las enaguas de las profesoras, y otros a los que se les notaba que el uniforme infantil empezaba ya a quedarles apretado.
Daba miedo. Yo era un escritor y ellos esperaban ansiosamente que ese ser que estaba próximo, sentado justo enfrente, colmara las expectativas de aquellos cuentos que tanto los habían asombrado. Tamaño reto. Mi hija Gabriela había escrito ya un bello cuento sobre gusanitos y yo sabía que detrás de ese primer experimento literario estaba la mano de una maestra que les había enseñado desde muy temprano a deleitarse con la maravilla que significa la palabra escrita.
La Directora de la Institución abrió el conversatorio con tres escritores huilenses ―no sabía si los otros dos compartían mi temor― y ya no había forma de echar marcha atrás. El escritor argentino Jorge Luis Borges afirmaba que no hay nada tan serio como los juegos de los niños, que entre ellos es donde mejor circula la fe en la ficción. Así que adelante. Las preguntas, pensaba yo, podrían oscilar entre los años que tengo y lo que me pueda imaginar estar haciendo a la edad de sesenta años. Así de cruel es la cosa. Los niños tienen la inmensa ventaja de no creer que la piedad sea algo natural al ser humano. Hacen lo que hacen y creen ciegamente que están haciendo lo mejor.
Efectivamente, en las preguntas hubo de todo. Hubo preguntas de esas que cualquier periodista audaz envidiaría, tipo: “¿En qué momento decidió escribir?”. Llevo toda mi vida pensando en esto y aún no logro aclararlo. Pero una respuesta así sonaría demasiado intelectual. No, los niños quieren oír cómo sucedió, y no necesitan disculpas. Y si a un niño no se le da lo que él quiere, patea la lonchera sin medir consecuencias y nos manda al “chiras", como decía mi abuela. No hay nada tan preocupante, pero la vez tan justo y tan sincero, como el bostezo de un niño. Inventé algo y no bostezaron. Creo, en realidad lo creo, que cuando hablé desperté algunas sonrisas. Y cuando un niño sonríe es como si el cielo se nos hubiera venido encima.
Yo también sonreí, y me sentí niño otra vez, quién lo creyera. Porque en un nombre tan bello como Güipas y Chavos lo mejor que uno puede hacer es abandonar el ridículo mundo de los adultos, ponerse el disfraz de niño y entrar en esa fiesta, en esa bella fiesta.
Mil gracias por invitarme.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Betuel Bonilla entrevista a Lauro Zavala



Lauro Zavala y Betuel Bonilla


Entrevista al escritor mexicano Lauro Zavala. Centro Cultural "Gabriel García Márquez".

Entrevista con Lauro Zavala
Por Betuel Bonilla Rojas


Octubre 10 de 2010

Si a uno le dicen que sobre las diez de la mañana va a sostener una conversación con Lauro Zavala, quizás la persona que mejor ha teorizado sobre el cuento en América Latina, y quien ha compilado casi todas las poéticas sobre el género, uno ensaya las preguntas mientras camina por la Calle 19, en el corazón de Bogotá, con el riesgo de pisar donde no debe envuelto en tales abstracciones. Pero luego aparece Lauro, en la puerta del ascensor del hotel, sonriente, con su amable y carismática esposa Elsa, y todos los ensayos pasan al olvido porque las cosas empiezan a brotar espontáneamente. Luego todo se va en preguntas y respuestas sobre México y Colombia, tan parecidos en tantas cosas. Con tanto muerto real y tanto muerto inflado por los noticieros. Finalmente hay que hacer la entrevista, porque a eso fui hasta Bogotá. Hay que tomar un café colombiano con Lauro mientras Elsa, otra vez carismática, toma las fotografías de rigor. Ahora estamos un poco más serios porque la entrevista es de verdad, y aquí está.

BB: Maestro, ¿por qué su predilección por el cuento como objeto de estudio?
LZ: Porque me permite entender mejor el cine (risas). Mi impulso original era estudiar la teoría del cine, pero no hay ningún instituto de investigaciones cinematográficas en Latinoamérica. Entonces empecé a estudiar la teoría narrativa y luego de la narrativa el cuento, porque tiene mayor concisión y me parece que es más próximo a la técnica del cine, y por eso decidí trabajar cuento en lugar de novela. Luego se publicó esa serie de cinco tomos (en realidad sólo han aparecido cuatro). En el año 1991 llevé el proyecto completo para diez tomos con todos los materiales. Pero bueno, se han publicado cuatro, y después vino la huelga en la Unam, en el 98, y allí se detuvo el proyecto. El tomo IV trata del cuento latinoamericano.
La razón es la distinción entre tres grandes tipos de cuento. De un lado, el cuento clásico, que termina con una epifanía; el cuento moderno, con un final abierto, y el cuento posmoderno donde, de alguna manera, se integran, paradójicamente, estas dos tradiciones antagónicas. El modelo que he desarrollado a partir de los cuentos y de las poéticas, tanto del cuento como de otras formas narrativas, es un modelo para la narrativa en general, distinguiendo la narrativa clásica de la moderna y de la posmoderna, y todo eso me permite ahora estudiar el cine.
Creo que ahora es importante también entender qué ocurre en esos nuevos géneros que se producen en la Internet. ¿Qué tipo de narrativa hay en Twitter, en blogs, en Youtube…? Me parece que, al fin de cuentas, todos siempre contamos historias y nos gusta que nos cuenten historias, y creo que la teoría y las poéticas personales del cuento tienen un lugar estratégico.

BB: En esa misma dirección, y entendiendo que existen menos publicaciones de cuentos que de novelas, existen, paradójicamente, más poéticas sobre el cuento que sobre la novela. ¿A qué cree que se deba esto?
LZ: Bueno, no estoy muy seguro, porque creo que también he visto varios volúmenes de recopilación de poéticas de la novela. Probablemente la naturaleza de una poética de un cuento es similar a la lectura de un cuento. Cuando uno lee estas reflexiones de los cuentistas sobre sus cuentos, en realidad lo que están escribiendo es un cuento, porque incluso, literalmente, estas poéticas son puro cuento, en los dos sentidos. Son cuentos que cuentan cómo se convirtieron en cuentistas, pero también, en muchos casos, lo que dicen sobre el cuento no coincide con la estructura de sus cuentos. Entonces, las poéticas son más de creación, ¿no? no tienen realmente una intención teórica.

BB: Usted habló hace un instante de esos tres finales posibles para cuentos, de acuerdo con ciertas épocas: el clásico, el moderno y el posmoderno. Eso implicaría, de entrada, una variante en las formas. ¿Acaso eso significa que desde la primera poética oficial del cuento, la de Poe, hasta ahora, han variado las formas, e incluso los contenidos de los cuentos?
LZ: No, porque se siguen escribiendo cuentos con estructura totalmente clásica, al estilo de Poe, que coexisten con cuentos modernos, como los de Chéjov, Maupassant, etc. Creo que la diversidad de estrategias es justamente lo que enriquece a la tradición del cuento. En cuanto a los temas, esto depende en últimas de la realidad misma y de la naturaleza de cada escritor, y por supuesto, hay siempre preocupaciones que son permanentes para cualquier ser humano.

BB: Si el cuento norteamericano, siguiendo la tradición de autores como Raymond Carver, John Cheever y Tobias Wolff, sembró la impronta de una línea objetivista, casi fría de mirar los hechos, ¿cree que para el caso latinoamericano se puede hablar de un sello de estilo que identifique a sus cuentistas?
LZ: Sí. Creo que yo lo detecto a través de la tradición de los libros que estudio sobre cuento. Por supuesto, hay una tradición de libros de texto en Estados Unidos que es impresionante y con la que en Latinoamérica no contamos, en ninguna disciplina humanística que yo conozca, y creo que es igual para el resto del mundo. Entonces, si uno estudia los libros de texto, que generalmente son antologías, docenas de cuentos organizados temáticamente o por estructura, siempre uno encuentra un modelo de análisis de cuento con siete categorías, entre las cuales ellos incluyen una categoría que habla del perfil del personaje. También incluyen como una gran categoría el uso de la ironía, que no es una característica específica del cuento por extensión.
Si uno estudia todas estas categorías con las que ellos identifican al cuento, pura herencia de la tradición del formalismo norteamericano de los años 30, me parece que uno puede allí hallar una diferencia entre el cuento en lengua inglesa y el cuento hispanoamericano. Me parece que en el cuento norteamericano y el europeo lo que está en juego es la tensión, que está en el proceso de revelación de la identidad de un personaje. Es decir que un personaje está en una situación crucial y el cuento relata la posible solución de esta tensión. Entonces, por lo tanto, el núcleo del relato está en el personaje. Y este es el momento clave. En la novela, en general, sería en el universo más complejo que rodea a este personaje.
Creo que, en cambio, en el cuento latinoamericano el momento medular no es el personaje y su situación en un momento particular, sino que el momento medular creo que es el lenguaje. Creo que los personajes, la misma tensión situacional y todos los demás componentes, están sometidos a las necesidades de construir un universo con las palabras. Y no soy el único que los señala. El propio Carlos Fuentes habla de cómo en Latinoamérica el lenguaje nos ha servido para inventar el pasado y para recobrar el futuro. En realidad, son estrategias de creación y recreación de la identidad individual y colectiva a través del lenguaje.
Creo que el lenguaje, incluso por la naturaleza misma del español, tiene una línea más poética que, también, forma parte la tradición del cuento latinoamericano. El cuento latinoamericano está más cerca al final de la capacidad de invocación que hay en la poesía, mucho más que en el cuento en lengua inglesa, incluso que en la francesa. El francés es mucho más conceptual, más frío, más geométrico, más racional, más instrumental.
El cuento en lengua inglesa creo que está centrado en estas tensiones a partir de una situación. Entonces esto remite a algo que es externo al lenguaje, e incluso a la situación misma. En realidad es un problema estructural. Esta tendencia en donde el lenguaje es el personaje central tiene un carácter más literario, más poético. Eso explica tal vez por qué es en Latinoamérica, y en español en general, en donde se ha desarrollado con mayor intensidad y con mayor fortuna la minificción, que tiene también al lenguaje, a la poesía, a la paradoja, al juego con palabras y a la capacidad de invocación como su característica central, algo que los textos muy breves, prosaicos o no, no alcanzan en otras lenguas.
No es que la minificción, para el caso de Latinoamérica, se desprenda del cuento, sino que más bien tiene en común con éste el lenguaje. Y eso, reitero, no existe con la misma fuerza en otras lenguas

BB: Con la enorme tradición de cuentistas de primer nivel en Latinoamérica, ¿cómo ve el cuento del continente en la actualidad?
LZ: Bien, por supuesto. Siempre hay escritores, siempre hay historias. Existe una tradición. Pero creo que también los escritores están pendientes, como es natural, de los nuevos recursos, de los nuevos medios. El ámbito digital, por ejemplo. Ahora casi que todo escritor, incluso aquellos que ni siquiera pretenden ser muy trascendentes en su escritura, tienen un blog. Utilizan los Twitter, están en Facebook, en todos estos espacios que obviamente rebasan a la literatura, mejor, en donde la literatura también aparece.
Esto, claro está, es muy incipiente, muy reciente, no sólo en Latinoamérica sino en general. Esto, naturalmente, está influyendo en la redefinición de todos los géneros. Creo que es la tendencia no sólo del cuento, sino de toda la narración en general, de todas las formas literarias del uso del lenguaje. Se está produciendo un nuevo espacio de hibridación genérica, de diálogo entre lenguas, intertextualidades, amalgamas genéricas, juegos, paradojas, yuxtaposiciones, diálogos, intercambios con elementos extraliterarios, con otros medios y formas de comunicación, narrativos o no.
En el ámbito académico esto es ignorado, pero en la escritura y la lectura esto me parece que es lo más importante que está ocurriendo no sólo en Latinoamérica. Como yo vivo en Latinoamérica estoy muy agudamente consciente de que las universidades ignoran esto, lo cual es una gran pena porque en algún momento tendrán que proponer, por ejemplo, congresos de académicos que estudian la literatura donde se hable de las otras formas de literatura que no son solamente las que tienen el formato del libro en papel. Deben existir congresos en donde los académicos no vayan sólo a leer textos de siete cuartillas durante veinte minutos, en donde todos los que están escuchando se duermen, sino, más bien, existirán ponencias más próximas a la vitalidad, a la intensidad, a la riqueza que tiene la literatura digital.
Finalmente, la difusión es otra forma de homenaje a la literatura. Creo que nuestro ámbito académico se encuentra muy claramente instalado en los últimos años del siglo XIX, y es conveniente que ingrese al siglo XX y llegue al XXI.

lunes, 25 de octubre de 2010

Presentación de El arte del cuento y otros libros. Feria del Libro del Pacífico, Cali, 22 de octubre

Ricardo Arias, Carlos Arturo Gamboa, César Valencia Solanilla y Betuel Bonilla Rojas

Nota sobre El arte del cuento, de Betuel Bonilla Rojas

Betuel Bonilla: El arte del tallerista
Por Rigoberto Gil Montoya Universidad Tecnológica de Pereira

Tengo la sospecha de que son más los decálogos, los manuales, los inventarios, los textos programáticos escritos sobre el arte de escribir cuentos, que sobre el arte de escribir novelas. Y si esta sospecha resultara cierta, no haría sino subrayar la paradoja que compromete el arte de escribir literatura. Paradoja en el sentido de que si bien la brevedad es inherente a la estructura del cuento, no parece ser ella, sin embargo, la que acompaña al estudioso, al académico y en general a quienes consideran que escribir cuentos es un arte y que, como todo arte, se adquiere a través de la experiencia. Una experiencia que implica, además, reflexionar el conocimiento individual en el plano de una experiencia compartida, en la que, más allá de lo paradójico del hecho mismo de pensar la literatura, llegamos al ámbito de las contradicciones, de las fórmulas inútiles, de las frases célebres, de los sellos personales como estilo, de los consejos presuntuosos, de las epifanías indescifrables, en fin: llegamos al ámbito de un problema que cada escritor resuelve a su manera, comprometido, como está, con un oficio. ¿Y todo para qué? Para girar, de nuevo, en torno al cuento, una de cuyas virtudes y en la que parece existir un acuerdo tácito entre los implicados, es la brevedad.
Siempre que un autor me obliga a pensar en el cuento como un mundo que obedece a unas lógicas y cuya complejidad está, como el iceberg, en las profundidades mismas de un oficio, pienso de inmediato en Quiroga, porque pensar en él, es pensar en algo que también es breve: la tradición cuentística latinoamericana. Quiroga escribe su "Decálogo del perfecto cuentista" en 1928, es decir, en pleno auge de las vanguardias. En ese decálogo deja claro que la tradición del cuento está en el siglo XIX; que escribir cuentos es un arte difícil de dominar y que para aspirar a ello hay que pensar en el lenguaje como un instrumento difícil de emplear, mucho más cuando el artista es vulnerable en sus emociones y no está solo, porque en algún otro lugar está el lector, acechándolo. Quiroga sentencia que un cuento “es una novela depurada de ripios” y en esa sentencia, lo sabemos, cabe una de las obras mejor logradas en nuestro ámbito: la del cuentista Borges, novelista depurado, en virtud de lo que el poeta ya sabía en 1932, cuando se resuelve agudo crítico en “El escritor argentino y la tradición”.
Dos décadas después, un joven de la costa Caribe colombiana empieza a escribir sus primeros cuentos, uno de los cuales, “La mujer que llegaba a las seis”, es publicado por segunda vez en El Espectador de Bogotá en 1952, acompañado de una nota, una “Autocrítica”, en la que García Márquez toma distancia de su obra, se refiere a las debilidades que encuentra en ella, al tipo de lenguaje, muy estetizado para su gusto, que emplea el personaje central, al hecho de que pretendió, sin lograrlo, escribir un cuento policiaco y a las deudas que admite con Hemingway al imitarlo. Entre Quiroga y García Márquez, la noción de cuento como género artístico toma cuerpo latinoamericano y a partir de allí ese cuerpo se multiplica. De esa multiplicidad trata El arte del cuento, la más reciente obra del escritor huilense Betuel Bonilla Rojas.
Si el hecho de contar deviene arte, no lo es menos el hecho de reflexionar. A partir de una experiencia como profesor y tallerista del programa Renata del Ministerio de Cultura, pero, en especial como cultor del género, en el que ha recibido premios y distinciones, Betuel Bonilla explora el universo del cuento y se atreve a hacerlo desde sus márgenes, sin ocultar las conjeturas que son propias del investigador y las subjetividades que son propias del artista. Entre una y otra afloran las deudas de un lector agradecido que entiende la cita como parte de un diálogo íntimo y la apelación al magister dixit como parte de una honesta labor intelectual. Al fin y al cabo, en escribir un buen cuento, confiesa el escritor, “se nos va nuestra vida”: la vida del lector y la del artista, ese Jekyll y Hyde que vislumbran, en un cuerpo desdoblado, el sentido en el alma misteriosa de lo estético.
Si algo queda explícito en El arte del cuento es que ese universo es complejo y difícil de recorrer, tanto por los múltiples mecanismos que compromete la labor consciente de escribir un cuento, como por la gama de experiencias que los cultores del género despliegan en sus opiniones y en sus propios textos. De los mecanismos se ocupa ampliamente en la primera parte del libro y de las experiencias se ocupa al final, a través de una serie de poéticas suscritas por autores de varios países, nueve de las cuales son la novedad de este libro. Con un tono entre coloquial y académico, surge un nosotros que genera la confianza de quien desea compartir, sobre todo, una experiencia de lectura y, unida a ella, un ejercicio de escritura, propuesto a través de amenos y creativos talleres, donde se advierte, sin duda, la experiencia del escritor Bonilla como docente. Porque de eso trata este libro: de divulgar la experiencia de lectura de un intelectual y la experiencia docente de un buen escritor. Ambas experiencias derivan en un trabajo sistemático que invoca un lector atento a los procesos de escritura, a la vez que busca generar una actitud menos espontánea en quien un día, por voluntad propia o estímulo de grupo, se da a la tarea de construir un cuento, es decir, se da a la tarea de hacer Taller.
Quiero comprender este libro en doble vía: como un texto tutelar o como un texto disuasivo. El tutelar acerca a todo tipo de lector-autor a un conocimiento hondo de los elementos que están en juego en la narración: desde los distintos puntos de vista, los tipos de personajes, las formas del diálogo, hasta elementos casi imperceptibles que llenan de sentido los ambientes y atmósferas que rodean el cuento. Siempre será ganancia saber diferenciar a un narrador que construye su mundo desde una primera persona del plural, de un narrador que lo hace desde la tercera persona, en su carácter de omnisciencia. Entre uno y otro narrador y pensando en las intenciones profundas del autor, sucede el mundo, un prisma ideológico, una manera de ver.
La otra vía, la de la disuasión, le muestra al lector y a quien pretende escribir que nada más ajeno al hecho de la literatura que la espontaneidad y la inspiración. Ellas por sí solas no garantizan el ejercicio de la escritura, como tampoco el conocimiento de la técnica garantiza que se llegue a escribir un buen cuento. De ahí la importancia de las poéticas como la síntesis de una experiencia que los escritores desean compartir. Para Roberto Rubiano, por ejemplo, “Escribir literatura es un oficio que se aprende”. Para Laura Massolo “La vida está hecha de relaciones y la tendencia natural del razonamiento es la búsqueda de la lógica. La literatura, en cambio, debe tender a la ruptura de toda lógica”. Para Juan Gabriel Vásquez “Un buen cuentista debe ser, por las características mismas del género, un estilista brillante (…), un observador agudo y un arquitecto virtuoso”. En sus poéticas resuenan las voces de sus maestros, las huellas de una búsqueda que los obliga a desprenderse de sus mundos privados, para explorar otros y regresar con más conocimiento del universo. El lector de este libro, El arte del cuento, verá nutrido su mundo con la escuela y vivencia de los otros. Si escribir literatura es un acto solitario, reflexionar en torno a ella es un acto de responsabilidad social, donde lectores y autores ganamos por partida doble.
Cada escritor de los escogidos por Betuel Bonilla aventura una idea de cuento y explora, a su modo, ese universo del cual es apenas una partícula, en medio de grandes satélites naturales: Chejov, Carver, Onetti, Cheever, Cortázar, Hemingway, Borges. Cada uno muestra sus preferencias por unos autores, su rigor frente al género a través del anuncio de un catálogo ideal, la defensa de un orden poético. Narra, además, anécdotas de otros cuentistas y nutre, con sus miradas, lo que sería un diálogo de tradiciones. De las poéticas se desprende un compromiso con el género mismo y una permanente insatisfacción, que mueve al escritor a ser más riguroso frente a un arte que configura, como expresara Quiroga, “una cima inaccesible. No sueñes en dominarla”, decía.
Tanto las reflexiones de los cuentistas, como la sistematización que Betuel Bonilla elabora de los mecanismos internos del cuento, constituyen un gran referente para nuestro medio, tan débil en el ejercicio de la crítica literaria y tan proclive a menospreciar el sentido de los textos programáticos. Recuérdese que la falta de estos textos nos dejó a un lado del fenómeno vanguardista latinoamericano, a pesar de la renovación emprendida por Vidales y de Greiff en poesía y por Tejada en periodismo. Por eso el esfuerzo de Betuel por interrogar, sistematizar y delinear unas poéticas, cobra mayor valor cuando en su libro encontramos las posturas estéticas de autores tan jóvenes como Albeiro Arciniegas, Pilar Quintana, Antonio García, Pablo Ramos y Juan Gabriel Vásquez, frente a las posturas estéticas de los maestros: Ricardo Piglia, Roberto Rubiano y Ana María Shua.
Es cierto: escribir un buen cuento es todo un arte; saber cómo lograrlo, todo un misterio. A veces se necesitan luces, consejos, pequeños trucos, una voz amiga que nos indique la salida, una voz ecuánime que nos invite a desistir. El arte del cuento de Betuel Bonilla, es uno de esos libros que despeja, en parte, uno de los senderos de ese gran jardín de senderos que se bifurcan. Con este libro recordamos que aún pervive la dulce voz de Scherezada en cada madrugada, mientras el verdugo pospone, obnubilado, la sentencia a muerte.

Betuel Bonilla Rojas. El arte del cuento. Reflexiones, ejercicios, entrevistas, nuevas poéticas. Bogotá, Trilce Ediciones, 2009.

16 Feria del Libro del Pacífico
Cali, Octubre 17 de 2010

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Álvaro Hernández y Betuel Bonilla, 23ª Feria Internacional del Libro de Bogotá


Antonio García y Betuel Bonilla, 23ª Feria Internacional del Libro de Bogotá


Pilar Lozano y Betuel Bonilla, 23ª Feria Internacional del Libro de Bogotá


Decálogo para cuentistas en apuros

Betuel Bonilla Rojas

1. Desconfíe siempre, pero siempre, de esos escritores de cuento que dicen a su vez desconfiar de la técnica. O son unos fracasados, y ese asunto de la técnica les llega sólo de oídas, o son unos fantoches a los que esa técnica de la que tanto abjuran les ha permitido hablar con mayúscula. Como artificio humano (techné la llamaban los griegos), es la técnica la que torna legible un cuento, la que permite, finalmente, el paso de la nada a la forma literaria conocida como cuento.

2. Si no tiene nada que decir, si se halla como una playa sin agua que la visite, acuda nuevamente a Carver. Carver suele demostrarnos, incluso más que Chéjov, que aún en los hechos absolutamente cotidianos se hallan las semillas de excelentes cuentos. Hay que volver a leer “Parece una tontería” o “No son tu marido”. Es posible que de estos cuentos recibamos el pálpito que necesitamos para provocar nuestra imaginación de escritores necesitados.

3. Dedíquese a demoler, con furia ciega, los cuentos de Poe, de Chéjov, de Quiroga, de Carver, de Rulfo, de Onetti, de Cortázar, de Salinger. Luego coja los pedacitos regados de cada uno de ellos, respire profundo, revuelva esos trocitos en un crisol esmaltado y saldrán, como por arte de magia, todos los cuentos que habitan la humanidad.

4. Siga a un hombre ebrio y contrariado que llega hasta su casa, abre las puertas batientes de la cocina y pide a su esposa que le prepare unos huevos revueltos. Si a la atemorizada y sumisa esposa todo le sale bien para esta tarea, el cuento habrá fracasado (contar sucesos infinitamente felices no es muy propio del cuento). Si la cosa se complica por cualquiera de sus lados (no hay gas, no hay huevos, no hay fósforos), muy seguramente un cuento puede haber quedado perfilado. Digan lo que digan, es esa situación anormal la que origina que una historia cualquiera se asome a la forma del cuento.

5. Procure no escribir cuentos mientras lee a Borges, a García Márquez, a Rulfo o a Cortázar. Descanse de escribir al menos seis meses después de su lectura. Luego de este tiempo prudente trate de olvidarlos, enciérrelos con llave en el lugar más seguro de su biblioteca y empiece a escribir los suyos. Hay tantos malos imitadores de ellos que la literatura no soporta ya uno más.

6. El aliento vital, el elán que anima la escritura de un cuento, no se consigue dos veces. La primera escritura aporta la tensión e intensidad de la historia. Abandonar el cuento en la mitad de su escritura es correr el riesgo de no poder recuperar lo ya hecho, algo que no está en la palabra, ni en la técnica, sino en nuestra particular manera de respirar.

7. No se preocupe si no consigue ser original. Más que la originalidad, en el cuento interesa el tono personal que logra imprimir el autor, y eso no siempre tiene que ver con la pureza de la idea primaria. Boccaccio fue mucho menos original que García Márquez, y García Márquez lo es menos que Cortázar o Ribeyro. La historia de la literatura está llena de saqueos que a veces se disimulan bajo la forma de homenajes. Puede ser que detrás de un espejo, hallado en la sala de un cuento de Mujica Láinez, halle el disparador para la creación de su cuento. No tema descorrer ese espejo para acceder al lugar secreto. Si allí está su cuento, tómelo y extráigalo. Hágalo suyo mediante su propia experiencia como ser humano. Mujica Láinez sabrá entenderlo.

8. Lea con igual devoción a los clásicos y a sus contemporáneos. Poe y Chéjov también la pasaron difícil para llegar a ser los cuentistas que todos veneramos. A veces en un libro de cuentos nuevo suele esperarnos alguna joya oculta. Como en el trabajo de los mineros, el buen lector que debe ser todo escritor rebusca entre las profundidades de la tierra aquella joya que lo libere de apuros. Con las uñas aún sangrantes, el descubrimiento de un buen cuento para leer suele reemplazar en muchas ocasiones la vergüenza de muchos cuentos mal escritos.

9. Perfilar de manera más o menos definitiva la voz que contará la historia que tenemos entre manos es la garantía mayor para lograr un cuento. Cuando el narrador aflora a la superficie, el relato ha quedado configurado. Muchos cuentos apenas imaginados se extravían en el laberinto de narradores no definidos de antemano.

10. Siempre que tenga lo que se dice una buena historia entre manos, piense en la manera más simple de contarla, en cómo le gustaría a usted mismo oírla o verla escrita. Las complicaciones forzadas, eso que los franceses llaman tour de force, siempre terminan mal si no brotan de la exigencia misma de la historia. Hay tantos experimentos afortunados y desafortunados al respecto que no vale la pena correr el riesgo de malograr el cuento por ir detrás de lo imposible. Lea a Chéjov, una y otra vez, y entenderá la maravilla de la sencillez. Lea “La bromita”, o “Tristeza”, y verá cómo el ruso se las ingenia para hacer de la linealidad y el objetivismo una virtud.

martes, 6 de julio de 2010

Betuel Bonilla presenta su libro en Ibagué

Betuel Bonilla Rojas en la presentación de su libro El arte del cuento. Ibagué, Biblioteca Darío Echabdía, Banco de la República, junio 15 de 2010

Presentación de Martha Fajardo sobre el libro El arte del cuento

El arte del cuento, de Betuel Bonilla Rojas

Por: Martha Fajardo (Directora Taller Renata Ibagué)

El pasado 11 de junio se celebró el lanzamiento del libro El arte del cuento del escritor Betuel Bonilla Rojas. Estas son las palabras de presentación del libro que estuvieron a cargo de Martha Fajardo Valbuena
Quiero comenzar confesando que, contrario a lo que es tradicional fui yo quien pidió hacer la presentación de este libro.
Tengo dos razones fundamentales:
La primera de orden subjetivo porque en una presentación se puede hablar en términos elogiosos y afectivos y, de vez en cuando es bueno hacer estos reconocimientos públicos de amistad.
La segunda porque hay libros que nos resultan tan útiles e interesantes que no podemos resistir la tentación de reseñarlos.
Para cumplir la primera parte diré que Betuel Bonilla es el director del taller RENATA-Huila y de la revista Letras Calientes. Él es escritor de profesión y oficio, lo que quiere decir que utiliza la escritura para resolver la mayoría de sus problemas, desde los más cotidianos hasta los más sublimes. Por eso no es raro encontrarlo escribiendo para los periódicos locales de Neiva o leer sus mini cuentos tan premiados y reconocidos por fuera del país o ir a su taller y verlo trabajar con su grupo alrededor de las narraciones de RENATA. En Betuel se resumen tres palabras : crítico, escritor y maestro.
Y esas tres palabras también se condensan en su libro El arte del cuento. Hace un mes tuvimos la visita del escritor Fernando Quiroz y creo que hay una pregunta memorable que nos dejó su charla : ¿Ustedes quieren ser escritores o quieren escribir?. A primera vista no hay diferencia, pero si uno deja pasar unas horas comprende que sí, que es diferente querer ser escritor a querer escribir. El libro de Betuel es para personas que quieren escribir. Bien lo dice Pablo Ramos en la entrevista que está dentro del libro: “Somos hombres, vivenciamos algo, luego tenemos una idea, luego vivenciamos la idea, luego tratamos de olvidarla, de seguir contemplando el mundo en paz, de no movernos. Sólo cuando esa idea ya es insoportable, sólo ahí un buen escritor decide escribir un cuento”.
En el momento en el que nos decidimos a escribir un cuento nos encontramos con problemas y preguntas. Algunas de estas son milenarias. Cada ser humano que se enfrenta a la tarea de escribir se pregunta por dónde comenzar, qué forma darle al relato, cómo mostrar y ocultar la información, se pregunta si ya alguien habrá escrito algo similar, si valdrá la pena hacer el intento. A partir de esas preguntas y esos problemas Betuel construye su libro y lo hace de un modo sencillo, aunque a veces se le escapa el lenguaje formal, su inclinación a las palabras grandes.
El libro El arte del cuento es producto de la reflexión de un crítico, un escritor y un maestro, es por eso que como lectora, como directora de un taller de escritura creativa y como profesora me resulta un libro útil. Ya en varias de nuestras sesiones hemos recurrido a las herramientas técnicas organizadas por Betuel en tres muy bien definidos capítulos.
En el primer capítulo, titulado "La voz de los nuevos escritores" Betuel nos presenta una serie de recursos para el escritor, las preguntas fundamentales, lo básico que debe contemplar un narrador está allí, con teoría y ejercicios que son el producto del quehacer en su taller de Neiva y que resultan un trabajo de sistematización y de generosidad valioso en un país en el que los que enseñan guardan sus saberes bajo llave y no los comparten con nadie. Los profesores y los jóvenes escritores encuentran en esta herramienta una gran ayuda para desarrollar ideas e incluso nuevos ejercicios
En el segundo capítulo “La voz de los teóricos” hay un panorama riquísimo de voces sobre el cuento. En él encontramos desde la perspectiva clásica de Piglia hasta voces mas renovadoras como la de Laura Massolo. Un capítulo muy importante para todos los que necesitamos crear una visión propia de los que es un cuento, de lo que significa comprometerse con un género como este. El valor del trabajo compilador de este capítulo es la diversidad de posturas, la aparente contradicción que confunde pero enamora.
El tercer y último capítulo "La voz de los maestros, cuestionario para grandes cuentistas", además de divertido permite al lector entrar en conversación con escritores como Pilar Quintana, Pablo Ramos, Sebastián Dozo, el mediático dueño de Ciudad Seva, Luis Lopez Nieves, Hugo Chaparro que con su definición de las musas contemporáneas nos pone en situación: “La inspiración es la transpiración llevada al extremo”. En este capítulo encontramos consejos que van desde los rituales reescritura, los modos de obtener la disciplina y la paciencia para escribir hasta las lecturas recomendadas y unos decálogos que incluyen consejos como :"No creo en un escritor que no corrige al menos 30 veces una historia, es un vago o un farsante”, “En un buen cuento siempre hay algún tipo de revelación. Lo que se revela no es la solución, sino la existencia del misterio. Si no se revela nada entonces es una anécdota” “No estarás allí para explicarle al lector lo que quisiste decir cuando no lo entienda. Si tus códigos resultan muy herméticos, el cuento se volverá confuso.”
Otro consejo reiterado en el libro es la brevedad. Por eso Betuel y amigos termino aquí invitándolos a conocer este libro y a añadir sus propios descubrimientos

lunes, 15 de marzo de 2010

Elecciones parlamentarias 2010 en el Huila: El triunfo de las maquinarias

Por: Betuel Bonilla Rojas
Todavía con algunas dudas por la ineficiencia de la Registraduría Nacional en el conteo de votos, el departamento del Huila alcanza cinco curules en el Senado y dos en la Cámara de Representantes.
En realidad, el único hecho de destacar, en materia electoral, es que el gran perdedor fue el voto de opinión, ése que funda verdadera democracia. Por supuesto, al perder el voto de opinión, gana, por simple oposición, el voto de promesa, aquel que surge de las maquinarias poderosas, los nuevos carteles. Como ya los políticos no acuden a la plaza pública para dar a conocer sus programas, entre otras cosas porque ni los tienen, ni saben hablar, entonces se acude a la promesa, no importa su alcance y su improbable cumplimiento. Las razones del electorado, en la mayoría de los casos, comprometen no tanto la futura salud del país, el llamado interés colectivo, sino la tranquilidad inmediata de algún pariente desempleado, de algún hijo en procura de becas, de alguna casita con tejas de zinc con la que se sueña. Y en esto las maquinarias son expertas. Sus portafolios políticos ya no son programas sesudos, pensados de cara al país, sino guías turísticas para que los electores escojan allí el lugar paradisíaco a donde quieran viajar luego de las elecciones. Muchos electores se quedarán con la maleta hecha, dirán que no vuelven a creer en la política y en cuatro años volverán a confiar en alguien, porque las ilusiones y las necesidades no dan espera.
En el Huila no triunfó la democracia, triunfaron los caciques falaces de siempre, los que se esconden de sus electores una vez alcanzan la curul. La única renovación visible, muy seguramente, será la del nuevo carro que compren los caciques para exhibir su triunfo fantoche. Y el Huila seguirá esperando por políticos de verdad, seguirá pensando que en eso de las elecciones lo único claro es que el pueblo siempre pierde.

domingo, 7 de marzo de 2010

Nota sobre El arte del cuento (Laura Massolo, premio Internacional de Cuento Juan Rulfo)

Betuel, el libro prometía ser bueno por todo lo que contabas, pero tenerlo en mis manos ha superado cualquier expectativa.
Tardé en ir a buscarlo a Capital porque, en estos último tiempos del verano, mi casa en provincia absorbió todas mis horas. Ha nacido mi segundo nieto, me han instalado un nuevo sistema de agua, etc.
Lo voy leyendo despacito, aunque el primer día casi lo devoré con los ojos. Cada tramo es una maravilla; tu texto, clarísimo y sumamente informativo; el ordenamiento, excelente; la edición, cuidadísima y con una estética ideal. Me asombra comprobar cuánto coincidimos los que vos, tan generosamente, llamás maestros y, a la vez, puedo ver cómo, entre todos, aportamos una diversidad de ideas, experiencias y consejos.
No tengo más que palabras ponderativas y, además, quiero felicitarte por esta iniciativa. Afirmo que un libro como el tuyo favorecerá el crecimiento de muchos escritores.
Me siento muy halagada por que me hayas dado tanta participación en él. Más que halagada, honrada. Gracias, muchas gracias, por haber leído mis cuentos y por comentarlos y por creer en mis palabras.
Te debo todavía el envío del mío. Vas a ver que tienen algunas cosas en común y que, también, Armar un cuento surgió de la experiencia en los talleres. Vos y yo sabemos que esta experiencia puede capitalizarse sólo a fuerza de trabajo y de cariño.
Le he dado tu correo a un escritor colombiano para que se haga de tu libro. Se llama Carlos Ospina Munera.
No sé qué más decirte porque, como el libro, también me supera la alegría de que nos hayamos encontrado en este universo de la creación comunicada.
Sé que El arte del cuento sella para siempre una hermosa amistad.
Un muy muy fuerte abrazo
Laura