miércoles, 2 de febrero de 2011

Modelo de relatoría: Modernidad Y Posmodernidad

UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PEREIRA - EXTENSIÓN IBAGUÉ

MAESTRÍA EN LITERATURA

Relatoría Modernidad Y Posmodernidad

Betuel Bonilla Rojas

En su libro El discurso filosófico de la modernidad, Jürgen Habermas abre un debate con los detractores de la modernidad, entre ellos Jacques Derridá, y lo hace mediante un viaje desde las problemáticas de la misma hacia la noción de discurso sobre ésta. Los discursos sobre la modernidad oscilan entre el de carácter apologético, esto es, aquellos que la ven desde la admiración y la fascinación, con un tono de exaltación, o el apocalíptico, quienes la contemplan desde la otra orilla, la de la crítica y la desconfianza. A la hora de asumir un discurso propio, se hace necesario sopesar los otros discursos al respecto.
David Harvey, en su libro La condición de la posmodernidad, en una idea claramente surgida de la cosecha del propio Habermas, plantea que “el proyecto moderno supuso un extraordinario esfuerzo intelectual por parte de los pensadores de la Ilustración, destinado a ‘desarrollar la ciencia objetiva, la moral y la ley universales y el arte autónomo, de acuerdo con su lógica interna’”.
Habermas asume el desarrollo de la modernidad como una escalada gradual de positivización. En primer lugar, en una frase parafraseada del filósofo alemán, se asume que la Edad Moderna llama a una actualidad históricamente responsable. En la modernidad se asume una visión inmanente de la realidad, es decir, realidad es lo que está ahí. En el capítulo I de la historia de Occidente se asumió al ser humano como todo lo diferente de Dios, pues fue éste el que creó al primero. De esta manera todo proviene de ese Dios, y la tarea humana es preservar lo creado por él.
En el capítulo II, por el contrario, a partir de la reflexión sobre la realidad objetiva, se asume que el hombre no es creación de Dios. La modernidad es el primer capítulo pagano colectivizado de la historia. El sujeto asume su historicidad cuando da un salto hacia el paganismo. La historia es contraste, y la comprensión de ese contraste torna moderno a ese sujeto.
En la era pagana se vive la primera crisis de la soledad humana. No porque se renuncie del todo a lo divino sino porque se empieza a entender la relación con el objeto de otra manera. El hombre y la cosa pasan a ser lo mismo. Cuando el hombre rompe por completo el vínculo con ese primer capítulo impregnado de divinidad, el hombre se gana el premio de la responsabilidad.
Para el hombre instalado por completo en la modernidad surge entonces la tensión que existe entre la presión impuesta por el pasado, el ahora y la apuesta por el futuro. El pasado no se borra por completo, sino que mucho de ese pasado debe ser preservado, no siempre con la inviolabilidad sacra de la reverencia sino, como apunta Fredric Jameson en El giro cultural, mediante la ironía o la reinterpretación. El sujeto moderno pasa a ser, entonces, aquel que preserva con mayor decisión ese pasado.
Pero esa libertad conseguida en la modernidad provoca una nueva tensión, esta vez dirigida hacia la responsabilidad que se adquiere frente a la comprensión y la búsqueda de garantías hacia el futuro. Las apuestas del proyecto moderno, de un lado, y las realizaciones concretas de dicho proyecto, no siempre provechosas para la condición humana, complejizan las cosas a tal punto de volverlas inentendibles. Es justamente la irresponsabilidad frente a los logros modernos lo que puede echar al traste todo el programa moderno.
Tal tensión nos pone en un peligro inminente. La responsabilidad moderna de asumir ese futuro con la responsabilidad exigida. Es lo que Habermas llama, en un nuevo parafraseo, la injusticia y el peligroso contrapeso de la concentración de la responsabilidad. Dicha responsabilidad, por ejemplo, plantea que no se puede practicar la violencia porque ésta es la desfiguración del ahora.