Por: Betuel Bonilla Rojas
Todavía con algunas dudas por la ineficiencia de la Registraduría Nacional en el conteo de votos, el departamento del Huila alcanza cinco curules en el Senado y dos en la Cámara de Representantes.
En realidad, el único hecho de destacar, en materia electoral, es que el gran perdedor fue el voto de opinión, ése que funda verdadera democracia. Por supuesto, al perder el voto de opinión, gana, por simple oposición, el voto de promesa, aquel que surge de las maquinarias poderosas, los nuevos carteles. Como ya los políticos no acuden a la plaza pública para dar a conocer sus programas, entre otras cosas porque ni los tienen, ni saben hablar, entonces se acude a la promesa, no importa su alcance y su improbable cumplimiento. Las razones del electorado, en la mayoría de los casos, comprometen no tanto la futura salud del país, el llamado interés colectivo, sino la tranquilidad inmediata de algún pariente desempleado, de algún hijo en procura de becas, de alguna casita con tejas de zinc con la que se sueña. Y en esto las maquinarias son expertas. Sus portafolios políticos ya no son programas sesudos, pensados de cara al país, sino guías turísticas para que los electores escojan allí el lugar paradisíaco a donde quieran viajar luego de las elecciones. Muchos electores se quedarán con la maleta hecha, dirán que no vuelven a creer en la política y en cuatro años volverán a confiar en alguien, porque las ilusiones y las necesidades no dan espera.
En el Huila no triunfó la democracia, triunfaron los caciques falaces de siempre, los que se esconden de sus electores una vez alcanzan la curul. La única renovación visible, muy seguramente, será la del nuevo carro que compren los caciques para exhibir su triunfo fantoche. Y el Huila seguirá esperando por políticos de verdad, seguirá pensando que en eso de las elecciones lo único claro es que el pueblo siempre pierde.
Todavía con algunas dudas por la ineficiencia de la Registraduría Nacional en el conteo de votos, el departamento del Huila alcanza cinco curules en el Senado y dos en la Cámara de Representantes.
En realidad, el único hecho de destacar, en materia electoral, es que el gran perdedor fue el voto de opinión, ése que funda verdadera democracia. Por supuesto, al perder el voto de opinión, gana, por simple oposición, el voto de promesa, aquel que surge de las maquinarias poderosas, los nuevos carteles. Como ya los políticos no acuden a la plaza pública para dar a conocer sus programas, entre otras cosas porque ni los tienen, ni saben hablar, entonces se acude a la promesa, no importa su alcance y su improbable cumplimiento. Las razones del electorado, en la mayoría de los casos, comprometen no tanto la futura salud del país, el llamado interés colectivo, sino la tranquilidad inmediata de algún pariente desempleado, de algún hijo en procura de becas, de alguna casita con tejas de zinc con la que se sueña. Y en esto las maquinarias son expertas. Sus portafolios políticos ya no son programas sesudos, pensados de cara al país, sino guías turísticas para que los electores escojan allí el lugar paradisíaco a donde quieran viajar luego de las elecciones. Muchos electores se quedarán con la maleta hecha, dirán que no vuelven a creer en la política y en cuatro años volverán a confiar en alguien, porque las ilusiones y las necesidades no dan espera.
En el Huila no triunfó la democracia, triunfaron los caciques falaces de siempre, los que se esconden de sus electores una vez alcanzan la curul. La única renovación visible, muy seguramente, será la del nuevo carro que compren los caciques para exhibir su triunfo fantoche. Y el Huila seguirá esperando por políticos de verdad, seguirá pensando que en eso de las elecciones lo único claro es que el pueblo siempre pierde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario