Prólogo
Betuel Bonilla Rojas
Hace algo más de seis meses, emocionados por lo que era entonces nuestra primera publicación en el taller “José Eustasio Rivera”, Renata Neiva, la revista Letras calientes, quisimos coger el cielo con las manos y anunciamos, sin el menor sonrojo, que nuestra publicación tendría un carácter trimestral, algo así como cuatro números al año. Por supuesto, a eso me animaba el proceso creativo del grupo, ese entusiasmo colectivo que nos llevaba a desbordar los límites impuestos a lo humano y a lo provincial y que nos hacía prever, para fortuna nuestra, una labor creativa sin ninguna orilla. En este segundo número, ahora sí con sonrojo, pedimos disculpas por ese inaugural incumplimiento.
“No hay nada que me guste más que tomar un relato que he tenido en casa por un tiempo y volver a trabajarlo”, dijo en alguna ocasión Raymond Carver. Y esta frase de nuestro principal maestro de la sencillez, el extraordinario autor de Tres rosas amarillas, nos viene como anillo al dedo para justificar —qué cosa más inútil— nuestra pecaminosa impuntualidad. Pero es que en la medida en que el grupo ha ido creciendo (en número y en calidad), en la medida en que cada autor ha ido descubriendo su voz, los retos, los celos y las prevenciones también han experimentado su propio desarrollo. Ya no se trata de la precocidad tipo Rubén Darío o Rimbaud, o del prurito esnobista de ver la creación en letra de imprenta, como le pasó a Proust con Los placeres y los días. Se trata, creo yo, más bien de una especie de pudor, de respeto por el oficio, de consecuencia entre lo leído y lo escrito.
“Tres renglones tachados valen más que uno añadido”, escribió Augusto Monterroso. Y si quien asumió la brevedad como un oficio nos dictó cátedra de la depuración casi obsesiva del ripio, ¿quiénes éramos nosotros para desafiar las tantas líneas ya escritas? Entonces tachar, borrar y suprimir se convirtió en una práctica consuetudinaria del Taller. Valía más, quién lo creyera, aquel escritor que se jactaba no tanto de la copiosidad de lo publicado, sino de la cantidad de ideas que iban a parar al cesto de la basura, o al rincón harto sospechoso de la materia narrativa posiblemente abordable. Y en esas desconfianzas difícilmente pudimos recopilar el material para este segundo número.
Existe otra circunstancia, además, que vale la pena referir. Nosotros pertenecemos a una Red (RENATA), y esto, creo yo, nos confiere un cierto carácter de hermandad, de lazos comunes, de búsquedas que corren en una misma dirección, así sea por caminos distintos. Yo no concibo una Red, al menos con ese rótulo ostentoso, si no se tejen los hilos que vayan perfilando el tejido. Por supuesto, en toda red hay puntadas que unen, y orificios que separan. Por fortuna, se impone la primera idea, la de aquello imbricado; lo otro, la oquedad, pertenece a lo externo a la propia red, a la fuga, a la ausencia de compromiso, al sueño prepotente de acapararlo todo en soledad. Si los hilos atrapan, el vacío propicia la huida.
Y en ese propósito de la Red, entendida en su más romántica concepción, quisimos que esta revista fuera en primera instancia de Neiva, del Huila, pero con la idea de ir vinculando, número tras número, a los talleristas y los productos de otras regiones. También eso, lo entendimos luego, lleva tiempo, implica no sólo el pudor particular de nuestro grupo, sino el de los otros, de esas otras dinámicas y ritmos que se generan en la dispar geografía colombiana.
Así, tenemos en este segundo número, por fin, textos del taller “José Eustasio Rivera”, de Neiva, del de niños, de Quibdo, y del taller “Maniguaje”, de Florencia.
Con Eugenio, a las orillas del Atrato, bastó un solo contacto para poner de presente nuestra común simpatía hacia la idea del trabajo de base. Los niños del taller de Eugenio son perfectamente desobedientes, como queremos que sean los niños, y dicha desobediencia es lo que les permite vislumbrar salidas mediante la literatura a sus destinos aciagos. Basta verlos en sus sesiones para entender como la literatura es su fuente de vida, como ese pequeño espacio físico es tan amplio y sin límites como el universo mismo cuando de crear se trata.
Con Hermínsul ya veníamos conversando hacía rato y él, como excelente guía, aceptó la invitación pensando, creo yo, en que cualquier inclusión exterior es una oportunidad para sus alumnos. A ellos dos, desde los miembros de Renata Neiva, muchas gracias.
Como es filosofía de nuestro Taller, aparecen vinculados a este segundo número autores que no aparecieron en nuestra primera edición. Ellos: Carlos, Manuel y Néstor fueron, como los niños del taller de Eugenio, desobedientes: “Hay que aprender a desechar. Un buen escritor no se conoce tanto por lo que publica como por lo que echa al cesto de la basura”, nos restriega García Márquez. Creerse eso a pie juntillas, así lo diga el Nobel, es tan desaconsejable como lo otro. Si no se publica, cualquiera sea el medio, perteneceremos al terreno de los escritores por decreto, a esos muchachos que, como refería Mallarmé, tienen muchas ideas pero olvidan que la literatura no se hace sólo con ideas, sino con palabras. Por eso, por su irrespetuosa desobediencia, están aquí. Si les sobra algo, si les quedó algo por tachar o por enmendar, si fueron impiadosos con el mandato de los maestros, ustedes juzgarán.
Mientras tanto disfruten este segundo número de Letras calientes; disfruten los textos de los escritores propios y de los invitados; disfruten de las ilustraciones hechas en especial para nuestra revista por el pintor y escritor Miguel de León, nuestro principal aliado en la idea de seguir platicando semana tras semana sobre el sublime ejercicio de la creación espiritual. Más adelante, quizás en un próximo semestre, si algo nos queda después de tanto borrar, tendremos el número tres, con otros departamentos invitados, con la Red cada vez más grande, como queremos todos.
Nuestro agradecimiento especial a los miembros de la Directiva de Renata a nivel nacional: a Melba Escobar, a Nahum Montt, a Jenny Pineda, a María Paula Alzate. Son ellos quienes lanzan la Red y la dirigen hacia aguas seguras. También al doctor Douglas Alfonso Romero Sánchez, Secretario de Cultura y Turismo del Huila, porque sabemos que con su concurso, su diligencia y su iniciativa el camino de Renata Neiva en el 2008 fue una realidad y porque, hacia el 2009, sabemos que marcha por buena ruta. Igualmente, nuestro agradecimiento al escritor Guillermo González Otálora, un aliado a toda prueba de la gestión de Renata.
A todos los amigos que han querido siempre pertenecer a Renata, que han confiado en el proceso, pero que por razones de sus oficios cotidianos no han podido llegar aún, seguimos aguardando por ellos. Esperamos que lleguen nuevas voces, nuevos talentos, y que todas esas incursiones signifiquen mayores fortalezas para nuestro proceso.
Betuel Bonilla Rojas
Hace algo más de seis meses, emocionados por lo que era entonces nuestra primera publicación en el taller “José Eustasio Rivera”, Renata Neiva, la revista Letras calientes, quisimos coger el cielo con las manos y anunciamos, sin el menor sonrojo, que nuestra publicación tendría un carácter trimestral, algo así como cuatro números al año. Por supuesto, a eso me animaba el proceso creativo del grupo, ese entusiasmo colectivo que nos llevaba a desbordar los límites impuestos a lo humano y a lo provincial y que nos hacía prever, para fortuna nuestra, una labor creativa sin ninguna orilla. En este segundo número, ahora sí con sonrojo, pedimos disculpas por ese inaugural incumplimiento.
“No hay nada que me guste más que tomar un relato que he tenido en casa por un tiempo y volver a trabajarlo”, dijo en alguna ocasión Raymond Carver. Y esta frase de nuestro principal maestro de la sencillez, el extraordinario autor de Tres rosas amarillas, nos viene como anillo al dedo para justificar —qué cosa más inútil— nuestra pecaminosa impuntualidad. Pero es que en la medida en que el grupo ha ido creciendo (en número y en calidad), en la medida en que cada autor ha ido descubriendo su voz, los retos, los celos y las prevenciones también han experimentado su propio desarrollo. Ya no se trata de la precocidad tipo Rubén Darío o Rimbaud, o del prurito esnobista de ver la creación en letra de imprenta, como le pasó a Proust con Los placeres y los días. Se trata, creo yo, más bien de una especie de pudor, de respeto por el oficio, de consecuencia entre lo leído y lo escrito.
“Tres renglones tachados valen más que uno añadido”, escribió Augusto Monterroso. Y si quien asumió la brevedad como un oficio nos dictó cátedra de la depuración casi obsesiva del ripio, ¿quiénes éramos nosotros para desafiar las tantas líneas ya escritas? Entonces tachar, borrar y suprimir se convirtió en una práctica consuetudinaria del Taller. Valía más, quién lo creyera, aquel escritor que se jactaba no tanto de la copiosidad de lo publicado, sino de la cantidad de ideas que iban a parar al cesto de la basura, o al rincón harto sospechoso de la materia narrativa posiblemente abordable. Y en esas desconfianzas difícilmente pudimos recopilar el material para este segundo número.
Existe otra circunstancia, además, que vale la pena referir. Nosotros pertenecemos a una Red (RENATA), y esto, creo yo, nos confiere un cierto carácter de hermandad, de lazos comunes, de búsquedas que corren en una misma dirección, así sea por caminos distintos. Yo no concibo una Red, al menos con ese rótulo ostentoso, si no se tejen los hilos que vayan perfilando el tejido. Por supuesto, en toda red hay puntadas que unen, y orificios que separan. Por fortuna, se impone la primera idea, la de aquello imbricado; lo otro, la oquedad, pertenece a lo externo a la propia red, a la fuga, a la ausencia de compromiso, al sueño prepotente de acapararlo todo en soledad. Si los hilos atrapan, el vacío propicia la huida.
Y en ese propósito de la Red, entendida en su más romántica concepción, quisimos que esta revista fuera en primera instancia de Neiva, del Huila, pero con la idea de ir vinculando, número tras número, a los talleristas y los productos de otras regiones. También eso, lo entendimos luego, lleva tiempo, implica no sólo el pudor particular de nuestro grupo, sino el de los otros, de esas otras dinámicas y ritmos que se generan en la dispar geografía colombiana.
Así, tenemos en este segundo número, por fin, textos del taller “José Eustasio Rivera”, de Neiva, del de niños, de Quibdo, y del taller “Maniguaje”, de Florencia.
Con Eugenio, a las orillas del Atrato, bastó un solo contacto para poner de presente nuestra común simpatía hacia la idea del trabajo de base. Los niños del taller de Eugenio son perfectamente desobedientes, como queremos que sean los niños, y dicha desobediencia es lo que les permite vislumbrar salidas mediante la literatura a sus destinos aciagos. Basta verlos en sus sesiones para entender como la literatura es su fuente de vida, como ese pequeño espacio físico es tan amplio y sin límites como el universo mismo cuando de crear se trata.
Con Hermínsul ya veníamos conversando hacía rato y él, como excelente guía, aceptó la invitación pensando, creo yo, en que cualquier inclusión exterior es una oportunidad para sus alumnos. A ellos dos, desde los miembros de Renata Neiva, muchas gracias.
Como es filosofía de nuestro Taller, aparecen vinculados a este segundo número autores que no aparecieron en nuestra primera edición. Ellos: Carlos, Manuel y Néstor fueron, como los niños del taller de Eugenio, desobedientes: “Hay que aprender a desechar. Un buen escritor no se conoce tanto por lo que publica como por lo que echa al cesto de la basura”, nos restriega García Márquez. Creerse eso a pie juntillas, así lo diga el Nobel, es tan desaconsejable como lo otro. Si no se publica, cualquiera sea el medio, perteneceremos al terreno de los escritores por decreto, a esos muchachos que, como refería Mallarmé, tienen muchas ideas pero olvidan que la literatura no se hace sólo con ideas, sino con palabras. Por eso, por su irrespetuosa desobediencia, están aquí. Si les sobra algo, si les quedó algo por tachar o por enmendar, si fueron impiadosos con el mandato de los maestros, ustedes juzgarán.
Mientras tanto disfruten este segundo número de Letras calientes; disfruten los textos de los escritores propios y de los invitados; disfruten de las ilustraciones hechas en especial para nuestra revista por el pintor y escritor Miguel de León, nuestro principal aliado en la idea de seguir platicando semana tras semana sobre el sublime ejercicio de la creación espiritual. Más adelante, quizás en un próximo semestre, si algo nos queda después de tanto borrar, tendremos el número tres, con otros departamentos invitados, con la Red cada vez más grande, como queremos todos.
Nuestro agradecimiento especial a los miembros de la Directiva de Renata a nivel nacional: a Melba Escobar, a Nahum Montt, a Jenny Pineda, a María Paula Alzate. Son ellos quienes lanzan la Red y la dirigen hacia aguas seguras. También al doctor Douglas Alfonso Romero Sánchez, Secretario de Cultura y Turismo del Huila, porque sabemos que con su concurso, su diligencia y su iniciativa el camino de Renata Neiva en el 2008 fue una realidad y porque, hacia el 2009, sabemos que marcha por buena ruta. Igualmente, nuestro agradecimiento al escritor Guillermo González Otálora, un aliado a toda prueba de la gestión de Renata.
A todos los amigos que han querido siempre pertenecer a Renata, que han confiado en el proceso, pero que por razones de sus oficios cotidianos no han podido llegar aún, seguimos aguardando por ellos. Esperamos que lleguen nuevas voces, nuevos talentos, y que todas esas incursiones signifiquen mayores fortalezas para nuestro proceso.