jueves, 18 de septiembre de 2008

Lágrimas de cocodrilo

Betuel Bonilla Rojas
Son bien simpáticos nuestros gobernantes, o adolecen de falta de memoria, o definitivamente les importa muy poco lo que la gente piense de ellos. De otra manera no podríamos entender lo que le ocurre a Héctor Aníbal. Durante todo el primer semestre de 2008, y parte del segundo, se dedicó a llorar, cruzado de brazos, porque Cielo lo dejó endeudado. Lloró como el niño chiquito al que le han robado su paleta. Lloró tanto que hasta logró convencernos de que lo suyo no era incapacidad, sino tan sólo el perfil inescrupuloso de quien lo sucedió en el poder. Pidió tiempo y dijo que en el primer año no haría prácticamente nada, justificó de esta manera su incompetencia. O sea que ahora los gobernantes cuentan con algo así como un año muerto, como si las necesidades de la gente tuvieran espera. Pero tan pronto se le pasó el pudor y se le secaron las lágrimas decidió hacer lo mismo, olvidó lo mal que se comportó Cielo y ahora proyecta también dejar endeudados a sus sucesores, no sólo al inmediato, sino a muchos más. Piensa comprometer vigencias futuras extraordinarias, por 266 mil millones de pesos, a diez años, y ordinarias, por cuatro años, por 40 mil millones de pesos. Prefirió de una vez aprender lo malo de los otros y vivir el presente. Y yo no creo que la idea le saliera de repente. Creo que lo planeó muy bien, y que el llanto inicial era parte del negocio. El que llora de primero, llora mejor.

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