lunes, 3 de noviembre de 2008

Siluetas

Betuel Bonilla Rojas
Esta mañana no se sintió lo que se dice bien. Por eso tomó el pincel sin emoción y trazó líneas sin querer llegar a ninguna parte. Pronto el pincel fue dándole vida a una sombra felina, ni muy pequeña para semejar un gato ni muy grande para llegar a convertirse en una fiera. Pero su desánimo aún no concluía y sintió que podía ubicar otras cosas junto a la silueta, para pasar el rato. Así, de la nada apareció algo como otro animal, más pequeño. También éste fue una simple sombra. Pero pronto, ante su estupor, la sombra grande volteó lo que parecía el hocico y se tragó la sombra pequeña. Como creyó que era insólito lo que ocurría en el lienzo dibujó otra sombra, de un animal distinto, al lado opuesto de donde pusiera el primero. Sin mucho esfuerzo la silueta grande giró hacia el otro lado y engulló aquello que simulaba el contorno de una ardilla. Esta vez no se distrajo y no perdió detalle de la faena. Hasta podría asegurar que oyó el chasquido, el sonido de los huesos que crujían. Delineó después un conejo que corrió igual suerte. Luego fue una serpiente la que sucumbió ante la voracidad del animal. Así, una tras otra, la fiera dio cuenta de cientos de siluetas, todas de una dentellada. Pero aún seguía sin que aquella pequeña distracción lograra entusiasmarlo.
Acaba de trazar una silueta igual a la primera, con los mismos contornos, con el mismo aspecto difuso de un animal doméstico que tiene fauces de fiera. Ahora está recostado en la cama y se divierte con la lucha que tiene lugar en el cuadro, con los gruñidos que brotan del lienzo, con la sangre que empieza a borrar los contornos. Ya está pensando en que la silueta de un hombre puede llegar a ser más divertida, que la lucha podría durar un poco más.

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