Este cuento obtuvo el segundo lugar del XX Concurso Departamental de Mincuento "Rodrigo Díaz Castañeda", diciembre 2010
La fuga
Después de múltiples ruegos, el gendarme accedió a darle un lápiz con el único requisito de dibujar en el patio y devolverlo en la noche, pues las normas del Penal eran inapelables. En realidad, un lápiz no representaba mayor riesgo para los otros penados ni para el interno mismo. Así, durante muchos meses, el hombre dibujó el Penal, a pequeña escala, y el gendarme no vio en esto otra cosa que una especie de enfermedad, de amor delirante por el encierro, algo muy frecuente entre los que enfrentaban penas mayores. El hombre, en su dibujo, levantó muros, ubicó de forma estratégica las garitas de la guardia y reprodujo, metro a metro, cada pasillo y cada reja del reclusorio. El gendarme vigilaba con una risilla los avances del interno. Al final, como salido de la mano del mejor arquitecto del mundo, el reclusorio estaba listo. El gendarme, asomado por última vez al dibujo, hasta llegó a reconocerse en uno de esos minúsculos hombrecitos que portaban el uniforme azul.
Esa noche, al ir a recoger el lápiz, el gendarme vio el dibujo adentro, solitario, en la celda del hombre. En aquel dibujo, algo que no había visto en la primera ocasión, la puerta mayor permanecía abierta, muy distinta a como sucedía en la realidad. Asombrado, el gendarme buscó por cada uno de los rincones de la celda, cerrada por él mismo minutos antes, pero el condenado ya no estaba.
La fuga
Después de múltiples ruegos, el gendarme accedió a darle un lápiz con el único requisito de dibujar en el patio y devolverlo en la noche, pues las normas del Penal eran inapelables. En realidad, un lápiz no representaba mayor riesgo para los otros penados ni para el interno mismo. Así, durante muchos meses, el hombre dibujó el Penal, a pequeña escala, y el gendarme no vio en esto otra cosa que una especie de enfermedad, de amor delirante por el encierro, algo muy frecuente entre los que enfrentaban penas mayores. El hombre, en su dibujo, levantó muros, ubicó de forma estratégica las garitas de la guardia y reprodujo, metro a metro, cada pasillo y cada reja del reclusorio. El gendarme vigilaba con una risilla los avances del interno. Al final, como salido de la mano del mejor arquitecto del mundo, el reclusorio estaba listo. El gendarme, asomado por última vez al dibujo, hasta llegó a reconocerse en uno de esos minúsculos hombrecitos que portaban el uniforme azul.
Esa noche, al ir a recoger el lápiz, el gendarme vio el dibujo adentro, solitario, en la celda del hombre. En aquel dibujo, algo que no había visto en la primera ocasión, la puerta mayor permanecía abierta, muy distinta a como sucedía en la realidad. Asombrado, el gendarme buscó por cada uno de los rincones de la celda, cerrada por él mismo minutos antes, pero el condenado ya no estaba.
1 comentario:
Excelente, me ecantó este cuento. muy bueno. Igualmente las reseñas de Texaco y Udall. Hacelo más seguido. Saludos.
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